jueves, 7 de junio de 2012

El mejor oficio del mundo


Discurso ante la 52ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa
por Gabriel García Márquez

A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo y la respuesta fue terminante: “Los periodistas no son artistas”. Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.
Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de los mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran.
El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años -siendo el peor estudiante de derecho- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.

La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo
... como nosotros mismos lo llamábamos. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de Colombia, no era ni siquiera bachiller.

La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no son sólo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar.

Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.

La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida.

Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante.

No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre. Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que en el momento de la verdad es imposible en menos de seis, que les ordenan material para dos columnas y a la hora de la verdad sólo les asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. “Ni siquiera nos regañan”, dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología.

Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos.

Antes que se inventaran el teletipo y el télex, un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra. Sólo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos tenían linotipistas personales para descifrarlas.

Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma -sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.

Aun a riesgo de ser demasiado anecdótico, creo que hay otro gran culpable en este drama: la grabadora. Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno sólo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar. Alguien tendría que enseñarles a los colegas jóvenes que la casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite -como un loro digital- pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.

La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable. De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional.

Tal vez el infortunio de las facultades de Comunicación Social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.

El objetivo final debería ser el retorno al sistema primario de enseñanza mediante talleres prácticos en pequeños grupos, con un aprovechamiento crítico de las experiencias históricas, y en su marco original de servicio público. Es decir: rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde.

Un grupo de periodistas independientes estamos tratando de hacerlo para toda la América Latina desde Cartagena de Indias, con un sistema de talleres experimentales e itinerantes que lleva el nombre nada modesto de Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una experiencia piloto con periodistas nuevos para trabajar sobre una especialidad específica -reportaje, edición, entrevistas de radio y televisión, y tantas otras- bajo la dirección de un veterano del oficio.

En respuesta a una convocatoria pública de la Fundación, los candidatos son propuestos por el medio en que trabajan, el cual corre con los gastos del viaje, la estancia y la matrícula. Deben ser menores de treinta años, tener una experiencia mínima de tres, y acreditar su aptitud y el grado de dominio de su especialidad con muestras de las que ellos mismos consideren sus mejores y sus peores obras.

La duración de cada taller depende de la disponibilidad del maestro invitado -que escasas veces puede ser de más de una semana-, y éste no pretende ilustrar a sus talleristas con dogmas teóricos y prejuicios académicos, sino foguearlos en mesa redonda con ejercicios prácticos, para tratar de transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio. Pues el propósito no es enseñar a ser periodistas, sino mejorar con la práctica a los que ya lo son. No se hacen exámenes ni evaluaciones finales, ni se expiden diplomas ni certificados de ninguna clase: la vida se encargará de decidir quién sirve y quién no sirve.

Trescientos veinte periodistas jóvenes de once países han participado en veintisiete talleres en sólo año y medio de vida de la Fundación, conducidos por veteranos de diez nacionalidades. Los inauguró Alma Guillermoprieto con dos talleres de crónica y reportaje. Terry Anderson dirigió otro sobre información en situaciones de peligro, con la colaboración de un general de las Fuerzas Armadas que señal
ó muy bien los límites entre el heroísmo y el suicidio. Tomás Eloy Martínez, nuestro cómplice más fiel y encarnizado, hizo un taller de edición y más tarde otro de periodismo en tiempos de crisis. Phil Bennet hizo el suyo sobre las tendencias de la prensa en los Estados Unidos y Stephen Ferry lo hizo sobre fotografía. El magnifico Horacio Bervitsky y el acucioso Tim Golden exploraron distintas áreas del periodismo investigativo, y el español Miguel Ángel Bastenier dirigió un seminario de periodismo internacional y fascinó a sus talleristas con un análisis crítico y brillante de la prensa europea.

Uno de gerentes frente a redactores tuvo resultados muy positivos, y soñamos con convocar el año entrante un intercambio masivo de experiencias en ediciones dominicales entre editores de medio mundo. Yo mismo he incurrido varias veces en la tentación de convencer a los talleristas de que un reportaje magistral puede ennoblecer a la prensa con los gérmenes diáfanos de la poesía.

Los beneficios cosechados hasta ahora no son fáciles de evaluar desde un punto de vista pedagógico, pero consideramos como síntomas alentadores el entusiasmo creciente de los talleristas, que son ya un fermento multiplicador del inconformismo y la subversión creativa dentro de sus medios, compartido en muchos casos por sus directivas. El solo hecho de lograr que veinte periodistas de distintos países se reúnan a conversar cinco días sobre el oficio ya es un logro para ellos y para el periodismo. Pues al fin y al cabo no estamos proponiendo un nuevo modo de enseñarlo, sino tratando de inventar otra vez el viejo modo de aprenderlo.

Los medios harían bien en apoyar esta operación de rescate. Ya sea en sus salas de redacción, o con escenarios construidos a propósito, como los simuladores aéreos que reproducen todos los incidentes del vuelo para que los estudiantes aprendan a sortear los desastres antes de que se los encuentren de verdad atravesados en la vida.

Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. 

Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. 

Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. 

Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.

lunes, 4 de junio de 2012

Veinticuatro por veinticuatro


Por Juan Sasturain

Puedo escribir los versos más tristes esta noche, o acaso hacerlo por la tarde.
Puedo imitar, por ejemplo, las largas tiradas asonantes de Francisco Luis Bernárdez.
Puedo hacer, como María Elena Walsh, la pálida elegía de un otoño imperdonable.
Uno puede decir todo: incluso suponer que en ciertos casos, sería mejor callarse.
Uno mira el almanaque y se encuentra, en colorado, un fin de semana largo.
Uno siente que es regalo de un recuerdo deleznable: el veinticuatro de marzo.
Uno comprende que hoy, las heridas de la Historia cicatrizan descansando.
Ahora, pasados los años –como el Primero de Mayo–, la Dictadura es feriado.
Ahora que parece cierto que el nunca más nos entró, finalmente, en la cabeza.
Ahora que sobran los datos –nombres, juicios, apellidos– para contar la vergüenza.
Ahora que todos sabemos qué pasó, qué nos hicimos, en esos años de mierda.
Acaso llegó la hora de revisar entretelas, de hacer nuestras propias cuentas.
Acaso sirva pensar que al llegar la Dictadura, la mayoría la apoyaba.
Acaso haya que mirar –los más grandes, sobre todo– cada uno dónde estaba.
Acaso no haya bastado la condena a los milicos, hacerlo cosa juzgada.
Porque –viéndonos ahora– aunque revisamos mucho, no aprendimos casi nada.
Porque se sigue pensando el país como una empresa: la lógica del dinero.
Porque se sigue mirando –desde el volante de un auto– cómo molestan los negros.
Porque se sigue creyendo que el otro, el pobre o distinto, seguro que algo habrá hecho.
Dejo, para otra ocasión, el vómito por la amnesia y el cinismo de los medios.
Dejo constancia de todo lo que me hierve la sangre, me hace ser mal agorero.
Dejo dicho, sin embargo, que siempre vale la pena recordar aquel tormento.
Dejo tirada en el piso la amargura y me preparo para el próximo entrevero.
Y dejo escrito el poema: como los muertos, no tiene fecha de vencimiento.


miércoles, 2 de mayo de 2012

La lucha, entre globos y colores


Resulta difícil imaginarse, cuando empieza el show, qué cosas hay detrás de la sonrisa de un payaso. Hugo Villalba, más conocido como “el payaso Trompeta”, realiza tareas solidarias con espectáculos infantiles con el único fin de juntar el dinero para viajar a China y realizar el tratamiento que necesita Brian, su hijo de 8 años, quien sufre parálisis cerebral producto de mala praxis durante el parto.

“Dios me da fuerzas para luchar (…). Es curioso, a veces Dios le habla al payaso que soy y también en ese rol me da fuerzas. Todo lo que hago, lo hago por Brian”, confesó este padre que lucha por  la vida de su hijo entre medio de pelucas coloridas y narices rojas.

Los padres del niño, Hugo, de 40 años y Verónica Caballero, de 38, llevan adelante una campaña “a todo pulmón” para reunir cien mil dólares que les permitan mejorar las condiciones de vida de su hijo con un tratamiento en base al implante medular de células madres en una clínica de Beijing, China.

Dicha institución se ubica a más de 18.000 kilómetros de la clínica de Merlo (1), donde se llevó a cabo el parto y donde, además, hoy no queda registro alguno del error médico causante de los daños. Brian no figura en los papeles. Ni él ni la madre estuvieron, según los documentos, en el hospital en cuestión.

“Lo intentaron sacar con cucharas (fórceps) y volvieron a ingresarlo por el canal de parto. Al momento de venir al mundo, mi hijo nació con ´sufrimiento fetal’ y permaneció internado 11 días”
, explicó Verónica y agregó que al intentar demandar a la clínica de Merlo  “el litigio quedó en la nada”
. Se archiva una historia más al rejunte de casos de corrupción del partido de zona oeste de Buenos Aires.

Si bien los padres se reservaron dar a conocer el nombre del sanatorio responsable por miedo a sufrir embates legales, no bajaron los brazos y difundieron beneficios que el tratamiento puede generar en Brian. “Podrá manejar la sintonía fina en sus movimientos y perderá la rigidez postural que lo obliga a estar en una silla especial que lo contenga”, explicaron.

A pesar de los obstáculos que se presentaron, como la estafa del estudio de abogados que contrataron para llevar el caso, que no presentó papeles ante la justicia durante dos años, Hugo y Verónica se armaron de valor y fuerza. Para juntar fondos, además de los espectáculos callejeros, abrieron una cuenta solidaria en el Banco Provincia e incentivan  la recolección de tapas de plástico de gaseosa, actividad en la que varios de sus vecinos colaboran a diario. 
Beijing, tan lejana como se ve, no es un imposible. La clínica ya tiene todo preparado y solo espera la llegada de Brian y de su mamá. El dinero alcanzará para cubrir el tratamiento y los dos viajes que se necesitan hacer a China, pero además servirá para llenar de esperanza y vida a una familia que tiene un empuje y una actitud, por sobre todas las cosas, admirable.


¿Cómo ayudar?

En Facebook: Ayudemos a Brian
Por mail: payasotrompeta@hotmail.com
Depósitos en Banco Provincia. Sucursal 05098. Cuenta 5176280 (Villalba Brian Elías)
Transferencias: CBU 0140030/40350985176280/6


Comentarios de Autora


-El trabajo fue corregido por el profesor de Gráfica. Le agregué dos párrafos el medio porque quería hacer especial hincapié.
-El único artículo que encontré en diarios digitales que nombra algo de la clínica responsable fue http://www.lavozdejujuy.com.ar . En Jujuy te dicen la posta.

-El tema central, se sabe, no es la corrupción. Es Brian y su tratamiento; es el papá y la fuerza que tiene. Es muy claro. Pero no puede ser que la clínica se lave las manos. No puede ser que el médico que practicó la mala praxis salga impune de todo esto. Que camine tranquilo por la vida, ileso, respaldado por una justicia que NO EXISTE en Merlo. Media pila a los periodistas, hay que informar estas cosas.

Difundan.
Que se enteren todos.


Victoria Belén Bertonasco





(1)Localidad de la Provincia de Buenos Aires.

domingo, 26 de febrero de 2012

Lloró Padua

Cuántas caras conocidas...estabamos todos. A las 20:00 hs la cuadra de Pina rebalsaba de gente de todas las edades. La tristeza estaba ahí, en las cientos de miradas... y de principio a fin se sintió con la misma fuerza. La marcha empezó puntual y en silencio...a los pocos metros las palmas golpearon como acordes perfectos. A veces, por la impotencia o por la bronca, golpeábamos con más fuerza... con tanta fuerza. Los carteles arriba, prendidos. Las velas iluminando la caravana... Las lágrimas que no dejaron de caer.

Imposible no sentir frío en la noche de ayer. Un frío vacío. Parecía que el viento, que caminaba con nosotros, quería llevar esos aplausos de justicia bien alto, o bien lejos, para que todos escuchen el reclamo. Para que todas las puertas de los argentinos sepan que estábamos ahí, representando a nuestros vecinos que se fueron el miércoles.

Padua es muy chico. Conocemos al dueño del almacén, tenemos un ferretero amigo o siempre vamos al mismo taller de confianza. Todos varias veces pasamos por la única cuadra céntrica y siempre alguien es hermano o primo o amigo de algún conocido. Y aunque no todos tuvimos la suerte de conocer directamente a los chicos, las dos almas que estaban en el aire eran parte de nosotros. Así se sintió.

Cuántas veces nos cruzamos en la estación de tren para ir a la Universidad o a trabajar. Los viajes para once que se hacen un poco más cortos cuando te encontrás con algún vecino del barrio. Situaciones que hacen pensar. Ésto nos pasó a todos. No lo dejemos pasar. Por Lucas y Tatiana, por las otras 49 personas que fallecieron en la tragedia, por todos los que viajamos en esos vagones alguna vez (o todos los días).

En la placita enfrente de nuestra iglesia las palmas cesaron y se sintió el sonido del silencio. Fueron 5 o 6 o 10 minutos que estuvimos todos callados, pensando... llorando... abrazados.  Caras y gestos que demostraban que todos nos acompañábamos en ese profundo dolor. Callados, mirando el cielo que parecía caerse en cualquier momento.

Un aplauso, el más fuerte y el más desgarrador que jamás haya escuchado, concluyó con la marcha. Algunos volvimos al lugar donde empezó. Había más vecinos reunidos en la esquina de Noguera e Italia. La mamá de Lucas, la hermana, la familia de Tatiana. Los carteles siempre arriba, las velas que no se apagaron, las manos que no pararon de gritar.

La guitarra de Lucas hizo música en ese refugio que construimos.

Informaciones falsas que empañan la visión. 
Madera noble, roble es mi corazón...

Lloró Padua ...
y lloró el cielo con nosotros.

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Por favor, difundir:
Mañana feriado a las 12:30 vamos a juntarnos en el teatro Margarita Xirgu en Chacabuco 875 San Telmo. Los padres del Chimu van a dar un comunicado. El teatro tiene capacidad para 1000 personas. Necesitamos que VENGAN TODOS!!!